Mis días felices









Título: Mis días felices
Título original: Les beaux jours (Bright Days Ahead)
Director: Marion Vernoux
País: Francia
Actores: Fanny Ardant, Laurent Lafitte, Patrick Chesnais, Féodor Atkine, Emilie Caen, Alain Cauchi, Marc Chapiteau, Fanny Cottençon, Catherine Lachens
Año: 2013
Duración: 94'
Critico Colaborador: Mary

Calificación:




La emancipación a los sesenta

Nunca un nombre de un centro social fue tan exacto como el que aparece en esta película. Mis días felices, “Les beaux jours” en su francés original.

Una bellísima Fanny Ardant se mete en la piel de una recién jubilada que se inscribe en un escuela de actividades para mayores, ahora le queda mucho tiempo libre. Allí aprenderá informática, arte dramático y gracias a un profesor descubrirá otras actividades lúdicas que le reconfortarán más.


La actriz no puede desarrollar una Caroline mejor: Lista, atractiva –parece la versión gala y madura de Eva Mendes-, ilusionada, y destilando una sensualidad que muchas veinteañeras desearan. Una mujer bastante coherente aunque no lo parezca: Ahí está la fuerza y la justificación de su conducta. La directora coloca las escenas de manera que el público comprenda la actitud de la protagonista, una persona que se ha dedicado toda su vida a sus hijas, sus nietos, además de conciliar su carrera laboral con la vida familiar, y de repente, llega un momento que dice: “basta ya”. Por eso, en cuanto se topa con este atractivo Julien (un Laurent Lafitte que da la réplica con soltura a la Ardant) verá una vía de escape para “liberarse” de ese marco en el que está insertada, el mismo en el que debe recoger los platos nada más llegar a casa mientras su reposado esposo no hace nada más que disfrutar de su helado –gran escena a la par que sencilla que habla por sí sola-.

En ningún momento la cinta justifica que el adulterio sea algo bueno; simplemente insinúa que es una vía de escape, un acto de rebeldía –quizá necesario- que a veces sucede, sea quien sea la persona, independientemente de su edad o género.


La redundancia en la sistematización no perjudica demasiado a la historia, que en 90 minutos cuenta el desarrollo de este affaire sin excesos de planos difíciles o decorados recargados: dos casas, la de ella y al de su amante, el centro social, y todo en una ciudad costera francesa; un escenario lleno de luz para iluminar uno de los tabúes más relevantes de nuestros días: la vejez.



Esta oda a la tercera edad llega mejor al espectador que la comercial Infiel (Adrian Lyne, 2002), en la que, salvo la magistral Diane Lane todo lo demás aparecía bajo una nube tremendista y gris en la que parecía meterse la protagonista en ese viaje al deseo prohibido. Aquí todo es más cercano y no tiene ese final tremendista con el que Lyne remataba su obra. No creo que sea porque los franceses sean más abiertos con el adulterio, ni tampoco que esas diferencias radiquen en que este trabajo lo haya dirigido una mujer y lo vea con una mirada más relajada.

Este testimonio es como esa Carol que anda con vaqueros por la playa intentando buscar respuestas en esta nueva etapa que comienza: sincero, elegante y con fuerza. Un testimonio que no pretende dar moralina a nadie, pero que da que pensar a todo el que la vea.



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