El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante

 

Título original: The cook, the thief, his wife and her lover

Director: Peter Greenaway

País: Reino Unido

Actores: Michael Gambon, Richard Bohringer, Helen Mirren, Alan Howard, Tim Roth, Ciaran Hinds, Gary Olsen, Ron Cook, Ian Dury, Ewan Stewart, Diane Langton, Liz Smith

Año: 1989

Duración: 123

Crítico: Harkness
Puntuación: 



Estimados lectores del Somier, hoy les traigo toda una rareza, todo un clásico del cine “de culto” que a buen seguro les dejará fascinados, o bien les conducirá irremediablemente al sopor, al aburrimiento, o directamente a cortarse las venas. El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante es una de las películas más destacadas en la filmografía del controvertido cineasta Peter Greenaway (Pedro Verdelejos, para los amigos) una de esas figuras del cine de autor que cosechan tantos odios como alabanzas, aunque ahora mismo se encuentre un poco olvidado y de capa caída. Conocido por las influencias del teatro y del arte pictórico que introduce en su obra, Greenaway practica un cine exagerado, barroco, grandilocuente, lleno de obsesiones personales y guiños eruditos que le han valido el calificativo de pedante, artificioso y vacuo, cuando no de disfrazar la simple nada de una complejidad que en realidad no es tal. Para otros, se trata de un director que trata de innovar y dar un paso adelante dentro de la evolución del medio cinematográfico, de hecho él mismo (además de tachar de ignorantes a aquellos que le critican) ha dicho que el cine está anquilosado, que debe evolucionar, en su opinión, hacia una especie de arte multimedia que está todavía por descubrirse…



“El cocinero, el ladrón…” cuenta la historia del señor Spica (Michael Gambon), un mezquino y odioso personaje, dueño de un importante restaurante, que mantiene a todos sus allegados atemorizados bajo su férrea disciplina. Su esposa Georgina (Helen Mirren) es para él una esclava o una mujer-objeto, atrapada en un matrimonio degradante en el que no es más que una pertenencia del marido. Pero un buen día, ella se enamora de uno de los clientes del restaurante y comienza a ponerle la cornamenta al puto señor Spica en sus propias narices, con la complicidad nada menos que del cocinero.


Como no podría ser de otra manera en Greenaway, cada plano de la película se asemeja a un cuadro, con un gran número de elementos colocados minuciosamente dentro del encuadre, mientras que la cámara realiza siempre el mismo recorrido por los mismos escenarios, como si de una obra de teatro se tratase. La narración, por su parte, se divide en días de la semana a modo de episodios. Toda la película está salpicada de escenas y detalles morbosos, desagradables y repugnantes, y ya la propia ambientación (completamente irreal y de cuento) sugiere un mundo decadente y en estado de descomposición. De hecho, el final es toda una ida de olla que hace gala de un humor negro a más no poder, pero obviamente no lo voy a desvelar e invito a descubrirlo por uno mismo.



Si ponemos en la balanza tanto lo bueno como lo malo de ésta película, el resultado puede ser tanto una cosa como la otra. El empleo que hace el señor Greenaway del color es sorprendente y original, describiendo ambientes y estados de ánimo. La banda sonora de Michael Nyman (colaborador habitual) acompaña perfectamente a las imágenes, a veces melancólica, a veces resaltado el carácter estrambótico de lo que vemos, pero siempre caracterizada por el estilo minimalista del compositor. Los actores también bien, Helen Mirren escultural (media peli se la pasa en cueros) y tan estupenda y carismática como siempre, mientras que Michael Gambon encarna a un personaje de lo más ahostiable, un cabrón que no se calla ni debajo del agua (sus absurdos y delirantes monólogos son constantes) al que te pasas la peli entera deseándole que alguien le suelte un buen ostión (al final las ansias homicidas del espectador hacia él se ven recompensadas, eso sí). Supongo que tiene mérito una caracterización así, pese a la caricatura.




¿Lo malo? Pues básicamente, que son dos horas largas para contarnos una historia simple, previsible y que en el fondo es un disparate o una broma, por mucho simbolismo que nos quieran colar. El director será un artista y todo lo que quiera, pero sus excesos son más dignos de un gamberro que de un intelectual, y su guión parece un episodio descartado de “Historias de la cripta”. De todos modos hace algo que tal vez yo también haría si fuera cineasta: una película llena de pajas mentales y cosas que le gustan a él, tengan o no sentido, contengan un discurso, o en el fondo solo sean un ejemplo, más o menos brillante, de autocomplaciente decadentismo cinematográfico. Para mí es un título interesante de un señor que desde luego es un auténtico BISIONARIO de los que tanto nos gustan por aquí. Genialidad o estafa, les invito a que lo descubran por sí mismos.


"¡Y en ésta escena, voy a meter a un niño cantando ópera!" "Pero Peter, eso no tiene ningún sentido..." "¡Calla necia! ¿Es que no ves que soy un genio??"



(Crítica dedicada a nuestra forera Ángela).



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