TRUMBO: LA LISTA NEGRA DE HOLLYWOOD


 


Titulo: Trumbo: La lista negra de Hollywood
Título original: Trumbo
Director: Jay Roach
País: Estados Unidos
Actores: Bryan Cranston, Diane Lane, Helen Mirren, John Goodman, Elle Fanning, Louis C.K., Michael Stuhlbarg, David James Elliott, Roger Bart, J.D. Evermore, Mark Harelik, Peter Mackenzie, Toby Nichols, Becca Nicole Preston, Elijah Miskowski
Año: 2015
Duración: 124'
Crítico Colaborador: Horacio Applegate



Puntuación





No resulta habitual que la vida de un guionista suscite el suficiente interés como para ser trasladada a la gran pantalla en forma de biopic, pero si ese guionista es Dalton Trumbo la atención parece más que justificada. Eso al menos debió pensar Jay Roach, encargado de llevar a territorios propios de la ficción la trayectoria vital y profesional del que llegó a ser el escritor mejor pagado del Hollywood de la época y haciéndolo, además, de manera más que satisfactoria.

La película, ideal para ser proyectada en sesión doble junto con el documental Trumbo y la lista negra de Peter Askin, apuesta por unos cánones narrativos bastante convencionales, hasta el punto de respetar la cronología de los hechos, pero este voluntario alejamiento de cualquier riesgo formal no resta ni un ápice de emoción a la propuesta, que recrea muy convincentemente una de las más ominosas etapas de la historia reciente de EE.UU, cuando un puñado de inquisidores, amparados bajo el manto de ciertos miedos colectivos convenientemente azuzados, se dedicaron a cercenar las libertades civiles y condenar al ostracismo laboral a millares de trabajadores de la industria cinematográfica por el simple hecho de su militancia política presente o pretérita. Mccarthismo se llamó a esta ignominia y Trumbo fue una de sus víctimas más reputadas.





Así, entre silencios cómplices y miradas hacia otro lado, una decena de exitosos profesionales (The Hollywood Ten) dieron con sus huesos en la cárcel por desacato ante el denominado Comité de Actividades Antiamericanas (HUAC) y centenares más pasaron a engrosar las listas negras con las que el poderoso sistema de estudios castigó cualquier vínculo con el Partido Comunista (CPUSA), comprometiéndose a no contratar a nadie que no se hubiera retractado públicamente de su filiación o colaborado amistosamente con el Comité, eufemismo que incluía la delación de compañeros. Pocos fueron los que lograron mantenerse firmes en sus convicciones y muchos más los que sucumbieron a las presiones, acuciados por las deudas y la inactividad.

Este escenario de infundios y sospechas nos es mostrado muy acertadamente a través de la figura de Trumbo, su caída en desgracia y como ello afecta a su vida familiar y social. Especial énfasis se pone en las consecuencias económicas y emotivas del proceso, con un protagonista que pasa de la absoluta opulencia (motivo de contradicciones ideológicas también abordadas) a ciertas estrecheces que minan la estructura familiar, sostenida gracias a la labor conciliadora de su esposa (una estupenda Diane Lane).

En el plano estrictamente profesional, resulta muy interesante ver como Trumbo, una vez fuera de la cárcel, se las ingenió para burlar el boicot al que estaba siendo sometido gracias a su estajanovista capacidad de trabajo, escribiendo de manera compulsiva guiones que firmaban otros autores no señalados políticamente o haciéndolo bajo distintos seudónimos, por los que percibía remuneraciones muy inferiores a su calidad y prestigio. En este sentido, sus servicios para la factoría de subproductos King Brothers Productions nos dejan algunos de los momentos más hilarantes de la película, con John Goodman al frente de una compañía que no duda en mantener en nómina a todos los laureados proscritos reclutados por Trumbo, abocados ahora a escribir historias con alienígenas, gorilas y chicas ligeras de ropa.





Uno de los grandes aciertos del film es la naturalidad con la que se ensamblan en la historia personajes del porte de John Wayne, Sam Wood, Louis B. Mayer, la víbora Hedda Hopper, Edward G. Robinson, Kirk Douglas u Otto Preminger, entre muchos otros. Algunos de ellos, como el sempiterno héroe americano o la viperina columnista cotilla (magistral Helen Mirren) del lado inquisidor y ultraconservador. Otros, como los dos últimos, dispuestos a poner fin al detestable sistema de listas negras y a dar visibilidad a sus componentes. Y entre medias, una gran estrella como Edward G. Robinson, en el que resulta ser uno de los retratos más inmisericordes de la película.

Son muchos los pasajes o escenas vibrantes: esos dos Oscar por Vacaciones en Roma y El bravo que no puede recoger por no llevar su firma, la reacción del productor Frank King cuando un esbirro del sindicato le amenaza si no despide a Trumbo, la estrecha relación del protagonista con su compañero Arlen Hird, mucho más ideologizado que él… Pero especialmente hermosa es la escena en la que Trumbo asiste al estreno de Espartaco en compañía de su esposa y como se ponía fin a una larga injusticia, apareciendo su nombre en los títulos de crédito.





Mención aparte merece el colosal trabajo de Bryan Cranston metiéndose en la piel de Trumbo, lo que le valió una nominación al Oscar que se nos antoja justísima.

Puestos a poner alguna pega, solo atisbo un par de flaquezas menores en la que para mí es una de las mejores películas de lo que llevamos de 2016: un cierto deslizamiento hacia la sensiblería a la hora de tratar el ámbito familiar y el esquematismo con el que se despacha a algunos secundarios que quizá podrían haber dado más juego. Menudencias absolutamente perdonables en una pieza mayúscula que nos acerca un periodo oscuro relativamente reciente, un tiempo de canallas (en palabras de Lillian Hellman, otra víctima de la caza de brujas) en el que algunos como Dalton Trumbo optaron por conservar la dignidad, mientras otros preferían salvar sus piscinas (Orson Welles dixit).



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