'Superman' frente a 'El hombre de acero', o la lenta agonía de Hollywood.

 Redactor: Serdna

Hace sólo unas semanas se estrenó en cines El hombre de acero, la última y muy esperada aproximación al icónico superhéroe de DC a cargo del supuesto “visionario” Zack Snyder. Se trata de uno de los estrenos de mayor envergadura del año, prueba de ello es la tremenda campaña publicitaria que han montado de cara al estreno. Hasta hace unos días, difícil era pasear por la calle sin toparse con publicidad de la película, vamos, como pasa con cualquier superproducción de Hollywood. Su estreno se llevaba anunciando desde hacía casi año y medio, con un goteo constante de pósters, trailers e imágenes. Realmente, no era raro. El Superman de 1978 supuso un auténtico hito en el cine comercial y fue algo así como la película fundacional del cine de superhéroes actual. Sólo hace falta echarle un vistazo a cualquiera de las decenas de films de tipos en mallas estrenados a lo largo de la última década para darse cuenta de que (salvo casos contados) todos ellos copian prácticamente la estructura narrativa de la cinta de Richard Donner. No sólo fue un éxito de taquilla, también se convirtió en todo un icono del cine. Un breve repaso a la ficha de la película nos permite comprobar su tremenda ambición. Con Mario Puzzo (autor de la novela en que se basó El Padrino) colaborando en el guión, el mítico John Williams firmando la banda sonora y un reparto entre el cuál aparecen, en papeles secundarios, unos grandes veteranos de Hollywood como Marlon Brando o Glenn Ford, y tras las cámaras, Richard Donner, un director competente, aunque de escasa personalidad, autor de algunos grandes éxitos comercicales, como La profecía o Los Goonies. Unas secuelas cada vez más decadentes hicieron que el personaje se sumiese en un letargo cinematográfico del cuál no saldría hasta 2006 con la cinta ‘Superman returns’, que pasó por los cines sin pena ni gloria.

Todo esto suponía que un posible regreso del superhéroe kryptoniano al cine fuera una apuesta arriesgadísima, y siempre ensombrecida por el film original. Por todo ello, la Warner decidió poner toda la carne en el asador y embarcarse en un proyecto que parecía competir en ambición con la película de Donner. Para ello contaron con grandes nombres del cine comercial actual, como David S. Goyer en el guión, contando con la ayuda de Christopher Nolan (el responsable de la nueva trilogía de Batman), aportando ideas a la historia, como en el pasado hizo Puzzo. Tras las cámaras, el director elegido fue Zack Snyder, un director cuya carrera empezó de forma bastante digna con un sorprendente remake del Dawn of the dead de Romero, titulada en España Amanecer de los muertos; tras ella vino su impactante adaptación adaptación del cómic de Frank Miller 300, y en adelante, su carrera comenzó a ir cuesta abajo con la controvertida adaptación del clásico del cómic Watchmen, o con Ga’hoole, una cinta infantil que pasó casi desapercibida, hasta estrellarse finalmente con Sucker punch, su cinta más personal, un cúmulo de excesos que parecía salido de la mente de cualquier crío de trece años. Sin embargo, este director cuenta en ciertos círculos de Internet con toda una legión de fans, que parecen respaldarle siempre, culpando a sus guionistas. La noticia de que Snyder se haría cargo de esta nueva versión de Superman, con Goyer y Nolan firmando el guión, hizo que se disparasen las expectativas.

La Warner no parecía reparar en gastos, estaba claro que no trataban hacer una continuación más de la cinta del 78, sino un auténtico borrón y cuenta nueva (lo que hoy en día se llama “reboot”), contando de nuevo el origen del superhéroe. Con un reparto en el cuál también destacan los veteranos ilustres (con Russell Crowe y Kevin Costner en los papeles que previamente interpretaron Brando y Ford respectivamente), todo apuntaba a que la Warner emular a la original y repetir su éxito. Lo cierto es que todo en el proyecto parecía bastante interesante y, antes de su estreno, en Internet ya comenzaban a leerse cosas como “película definitiva de superhéroes” o “clásico moderno”. ¿Qué podía salir mal? Una vez vista la película, mi respuesta es contundente: absolutamente todo. Pocos aspectos se salvan en una cinta lastrada por un guión confuso y pésimamente narrado, que desaprovecha miserablemente lo poco interesante que tiene, que presenta personajes y situaciones que con difícilmente resultan (ya no sólo creíbles), sino simplemente coherentes, llegando, por tanto, a rayar en el ridículo. Además de una acción (igual que sucedía en ‘Sucker punch’), en vez de hacer avanzar la trama, la detienen, acabando por resultar tediosa. Por si esto fuera poco, hay que sumar, además, una dirección absolutamente chapucera, que suma todos los vicios más despreciables del cine actual, como son la cámara en mano, los zooms o los destellos de luz, todo ello para buscar ese supuesto realismo que parece ser entendido por algunos como una virtud, aún cuando carece de sentido. Porque, seamos claros, estamos hablando de una película sobre un tipo que vuela, parte de la cuál transcurre en un planeta alienígena, ¿de verdad tiene sentido la cámara en mano en Krypton?, ¿tiene sentido buscar el realismo, metiendo zooms como los del telediario, cuando estamos viendo una escena con naves espaciales y libélulas gigantes?

Mi decepción ante una cinta que, en resumen, podría definir como pobre, triste y cansina, me llevó a revisar, poco después, la película de Donner. Y fue en ese momento, ante tan odiosa comparación, cuando verdaderamente sentí  decepción, bochorno y vergüenza.

Uno de los adjetivos que más se han podido leer en cualquier crítica sobre la cinta de Snyder ha sido “épico”. Un adjetivo, por cierto, bastante recurrente en el cine comercial actual. Esto no es raro, teniendo en cuenta lo que se entiendo por “épica” hoy en día. Es decir, esto:  


Pero, señoras y señores, eso NO es “épico”. La épica es Argo, el perrillo casi ciego de Ulises, muriendo tras reconocer a su amo, después de haberle estado esperando fielmente durante años. La épica es Penélope deshaciendo su telar, el Cid llorando, despidiéndose de sus hijas, antes de marchar al destierro o Gonzalo Gustioz recibiendo con dolor la muerte de sus hijos. Porque la épica es, ante todo, HUMANA. Puede que haya de por medio batallas, malos malísimos o seres fantásticos, pero lo que de verdad diferencia la épica del teatro de marionetas es el factor humano. No es grandeza de una batalla (no hay grandeza real en los fuegos artificiales), sino la grandeza que hay en el llanto de una madre o en un padre que muere delante del granero. Esas escenas tan cotidianas, tienen sin embargo más fuerza que diez mil tornados. La película de Donner no será perfecta, pero joder, hay verdadera grandeza en ella. Sólo es necesario comparar dos escenas, que realmente son la misma: la muerte de Jonathan Kent. Lo que en una, por su sencillez, resulta (aunque parezca contradictorio) impactante y hasta emocionante, en la otra resulta excesivo y ridículo. La diferencia que hay entre una escena y otra es la diferencia entre la épica y el histrionismo, entre la epopeya y el guignol.

Realmente, en la película de Donner parece casi que haya dos películas en una. De sus largas dos horas de duración, al menos una está dedicada a presentar al personaje. La cinta comienza con una desconcertante alabanza a la prensa, y tras los icónicos títulos de crédito con música de John Williams, asistimos a la destrucción del planeta Krypton. Los decorados hoy en día parecen algo acartonados y pasados de moda, y la subtrama que implica al general Zod (pensada para presentar al villano de la siguiente entrega, cuyo rodaje parecían dar por hecho), resulta tal vez algo forzada. Sin embargo, no pasa de la mera anécdota, y esta pequeña introducción ambientada en el planeta natal del superhéroe se centra especialmente en todo lo que rodea a su destrucción. Su sencillez y concisión contrastan con lo confusa y atropellada que resulta esta misma trama en la cinta de Snyder. Los motivos que llevan a la destrucción de Krypton son diferentes en ambas películas. Esto podría parecer irrelevante (y realmente, lo es), pero sirve para que nos demos cuenta de cómo una, siendo aparentemente más sencilla e inocente, es capaz de alcanzar, sin embargo, algo más de profundidad que la otra, con toda su pretenciosidad. Donner nos presenta Krypton como una sociedad avanzada y civilizada. Sus habitantes parecen sabios, justos y pacíficos (y además, parecen ser conscientes de ello). Sin embargo, ignoran por completo las advertencias de Jor-El sobre el peligro que corre el planeta y acaban sucumbiendo por ello. Más tarde, en una grabación interactiva, Jor-El diría a su hijo que “fue la soberbia la que acabó con Krypton”. La soberbia, el mayor de los pecados capitales (aquél por el cuál los ángeles fueron convertidos en demonios), está aquí presente en el origen mismo del superhéroe. Vale, ya sé que el puñetero Donner no es Tarkovski, pero esto sí que es una metáfora religiosa bien hecha. Y lo es porque es sutil. Está ahí para quien quiera pillarla, sin entorpecer la narración ni metérsela por las narices al espectador. Snyder mete a un cura, su Superman dice tener 33 años y en una escena aparece con los brazos extendidos ridículamente. Y sin embargo, nada de esto es discursivo, sino absolutamente superficial. Son como los personajes de Perdidos con nombres de filósofos porque sí, metáforas de la era Wikipedia.


Tras este breve prólogo, la presentación del personaje continúa en la Tierra. La narración es totalmente lineal, a diferencia de la cinta de Snyder, donde los orígenes del personaje nos son contados mediante unos breves y absurdos flash-backs que con torpes diálogos cuentan básicamente lo mismo que Donner, con una economía narrativa admirable. Toda esta parte, además, está impresionantemente rodada. Aunque Donner sea un director sin demasiada personalidad, demuestra haber aprendido bien la lección de los maestros y se marca unos acojonantes planos del paisaje de Kansas que parecen herederos del western clásico. No pretendo exagerar ni sobrevalorar esta cinta, pero en este tramo del film (sin duda, el mejor), hay momentos de puro poesía, que recuerdan al mejor cine de Ford. Esto, repito, no convierte a Donner en ningún poeta, simplemente en un tipo que sabe hacer bien las cosas, pero mejor dejaremos eso para el final.

Con esto, nos plantamos prácticamente en la mitad de la película. Después de que Clark abandona su Kansas rural y descubre su verdadera identidad en el Polo Norte, la acción se traslada (de forma tal vez algo brusca), a la ciudad de Metrópolis. A partir de aquí, comienza la segunda mitad del film, donde se nos presentan el resto de personajes. Esta parte, sobre todo en su último tercio, es posiblemente la que peor ha envejecido. Lo que más llama la atención, es el cambio de tono de la cinta, que de repente adquiere una vis cómica mucho más acusada. Esto da lugar a que muchos la tachen de simple e infantil. Sin embargo, después de ver ‘El hombre de acero’ me pregunto una cosa, ¿qué es más infantil y qué es más adulto, tratar una especie de fábula sobre un hombre de otro planeta que puede volar con la seriedad de una obra de Shakespeare, o hacerlo con cierta ironía y sentido del humor? En cualquier caso, por muchas pegas que se le puedan poner, sigue estando tan bien filmada como la primera mitad, con algún que otro plano secuencia por las oficinas del Daily Planet que ya quisiera para su cinta el bueno de Zack. Y luego, por supuesto, está ese final que hoy en día (y posiblemente también en los 70), resulta tan excesivo y parodiable. Me refiero, claro, a Superman dando vueltas a toda velocidad en torno al globo terráqueo para retroceder en el tiempo, mientras recuerda la prohibición de Jor-El de “inmiscuirse en la vida de los humanos”. No pretendo defender la película de Donner a toda costa, y entiendo que a muchos no os guste esta escena, pero no deja de haber una cierta coherencia en ella. Es la resolución de un conflicto que se lleva planteando desde el principio (¿debe Superman intervenir o no en los problemas de la Tierra?), ¿y qué mayor intervención que cambiar incluso el curso de los acontecimientos? Al menos se ve una idea de base en la historia, un conflicto que actúa como motor de la misma. En El hombre de acero vemos un montón de ideas esbozadas a lo largo de la película, algunas parecen interesantes, pero ninguna llega a desarrollarse y la narración no parece avanzar movida por ningún conflicto en concreto.

Al Hollywood actual, sumido en la decadencia, no le queda más remedio que mirarse el ombligo y recordar tiempos pasados. La última moda parecen ser las películas sobre rodajes de películas. El año pasado se estrenó una cinta sobre el rodaje de Psicosis y para finales de este año ya hay en marcha un proyecto centrado en la figura de Walt Disney y el rodaje de Mary Poppins. Cuando algo está agotado, cuando ya no se puede mirar al futuro, lo único que queda es mirar al pasado. 

No pretendo ahora reivindicar el Superman de Donner como la obra maestra del cine que, obviamente, no es. No es la obra de un auteur porque Richard Donner no lo es. Es simplemente un producto de Hollywood, fabricado cuidadosamente para convertirse en un éxito, para vender, que es de lo que se trata. Esto, por supuesto, no tiene nada de malo. Pero es un producto bien escrito y, sobre todo, bien dirigido. No negaré que Donner vive un poco de las rentas. Es heredero de una tradición de directores del Hollywood clásico, de la cuál ha tomado muy nota y lo demuestra. Y es ahí donde está la diferencia con Snyder. Ninguno de los dos es un creador, ambos son mercenarios sin demasiada personalidad (por mucho que os empeñéis, hacer unas cuantas pelis usando la cámara lenta porque sí, no es tener personalidad), pero mientras uno bebe del cine clásico, el otro lo hace de los videoclips (el medio en qué empezó). Superman no era más que una peli palomitera pensada para hacer caja y, sin embargo, está filmada de una manera impensable en el cine comercial de hoy en día. Una película de este año, con esos largos y elegantes planos de los campos de trigo de Kansas, sólo podría ser una película independiente, o al menos algo minoritaria. ¿Qué es lo que nos ofrece el cine comercial?, ¿zooms cutres y cámara temblando?, ¿pero qué rayos me están contando? Me gusta el cine de palomitas, con sus peleas y sus finales previsibles, pero en serio, ¿adónde estamos llegando? Ver una chapuza técnica y artística como es El hombre de acero y leer que es de lo mejor del año es algo bastante preocupante. Sé que es algo muy propio de críticos rancios y del abuelo cebolleta decir cosas como que “el cine se muere” o “Hollywood está en decadencia”, pero os juro que al ver cosas como ésta realmente lo pienso. Una película que podría estar dirigida por absolutamente cualquiera (incluyendo a Uwe Boll), que sin embargo cuenta con un presupuesto desorbitado y que ha logrado recaudar aún más. La mayor estafa del año, un desastre a todos los niveles y la prueba de que algo huele a podrido en Hollywood. Señoras y señores, el cine comercial apesta. Creo que en los próximos meses me voy a dedicar a ver exclusivamente cine anterior a 1928.

Y ahora vosotros estaréis pensando, “y si abominas del cine comercial, ¿qué haces administrando una web que se dedica a comentarlo casi en exclusiva, gilipollas?” Y pensáis bien. Por ese motivo, me aparto de la web de forma indefinida. En el Somier Fest anunciaré quién se hará cargo de la web. 


De nada. 



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