REINA Y PATRIA

 

Título original: Queen and country
Dirección: John Boorman
País: Reino Unido
Actores: Callum Turner, Caleb Landry Jones, David Thewlis, Richard E. Grant, Tamsin Egerton, Vanessa Kirby, Sinéad Cusack, David Hayman, Brían F. O'Byrne, Gerran Howell
Año: 2015
Duración: 114'
Crítico: Harkness









John Boorman, uno de los más veteranos directores del cine británico, estrena nueva película tras casi diez años sin tocar una cámara (su último largometraje hasta el momento, La cola del tigre, era de 2006). Reina y patria es nada menos que una secuela tardía de Esperanza y gloria, una película autobiográfica donde Boorman relataba sus recuerdos de infancia, y que se encuentra entre los títulos más celebrados de su dilatada trayectoria.


Nuevamente desde el punto de vista de la autobiografía, o cuanto menos de la ficción con tintes autobiográficos, lo que nos cuenta aquí son sus experiencias juveniles en el ejército británico durante los años 50. Con su parte de comedia y su parte de drama, estamos ante una exploración de los grandes temas de la vida; la amistad, el amor y la familia, el sentido del honor, los primeros escarceos eróticos y la rebeldía de un joven grupo de soldados frente a la autoridad, personificada curiosamente en forma de viejo reloj victoriano, una reliquia que cobra una importancia inusitada en la historia como símbolo de las viejas tradiciones, del pasado inglés y de todo lo rancio, un elemento clave para entender el pulso que sostienen los cadetes frente a sus superiores.




Una película, así pues, decididamente otoñal. La película de un señor de ochenta y tantos años, que mira hacia atrás, recorriendo una peripecia vital que discurre paralela a hechos históricos trascendentales ya no sólo a un nivel general, sino íntimo; la guerra fría (más concretamente, la guerra de Corea), la coronación de la reina Isabel II, los estragos de la gran confrontación mundial... y además, referencias puntuales a ciertas películas como Extraños en un tren o Rashomon, un discurso en torno al amor por el cine, por la profesión, muy poco pretencioso y que cobra forma en un final, con un último plano dedicado a la cámara cinematográfica, absolutamente emotivo, en opinión de quien suscribe.


¿Obra maestra? ¿peliculón? Ni por asomo. Más bien al contrario, parece que la crítica está poniéndola fina. Puede que el humor resulte tontorrón y pasado de moda (no hay más que ver el trailer), puede que todo sea indudablemente convencional, especialmente para un cineasta que en su época de gloria fue un maestro del artificio y de la puesta en escena barroca y atrevida, dejando títulos tan singulares, tan inclasificables como A quemarropa, Zardoz, Excalibur... también irregulares en cuanto a calidad. Por el contrario, aquí se empapa de un discreto clasicismo.




Y qué importa, si estamos ante una película de una honestidad brutal, de alguien que está contando su vida, sus memorias, su educación sentimental, que refleja una realidad nada postiza. Las anécdotas que salpican la narración están llenas de autenticidad (los cigarrillos manchados y la fraternidad de generan en el grupo, el cachondeo generalizado de las clases de mecanografía...). Los personajes, por otra parte, no se dividen fácilmente en buenos y malos; el mejor ejemplo es el típico sargento chusquero a quien todos odian, que vive aferrado al código militar con tal de creer en algo, y quien finalmente terminamos compadeciendo.


John Boorman, un tipo que tuvo su momento y que después anduvo muy perdido. Aquí le tenemos de vuelta, pero su nueva propuesta suena más a despedida que otra cosa. Puede irse con la cabeza bien alta, soldado.






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