Buscando a Dory











Titulo: Buscando a Dory
Título original: Finding Dory
Director: Andrew Stanton, Angus MacLane
País: USA
Actores: Animación
Año: 2016
Duración: 103'
Crítico colaboradorDavid Hidalgo

Valoración:





Se apagan las luces de la sala, y se enciende poco a poco la pantalla. A continuación, lo primero que aparece es el logo silencioso de Walt Disney Pictures, y después, el de Pixar. El efecto es inmediato: antes siquiera de que empiece el cortometraje “Piper”, que precede a “Finding Dory” y que, por definirlo de una manera sencilla y breve, es absolutamente precioso, uno/a ya se siente como en casa. Y es que el díptico Disney/Pixar, salvo puntual catástrofe (“Cars” y su secuela) es garantía de calidad, de una buena historia bien narrada, y de una hora y media o dos horas de pura emoción.

Retrocedamos en el tiempo: en 2003, cuando Pixar todavía era un estudio colaborador con Disney pero ésta no lo había adquirido todavía, Andrew Stanton se atrevió a dar el salto que marcaría un cambio de rumbo en la factoría norteamericana de sueños animados. Y es que, hasta ese momento, el estudio se había mantenido en una línea basada en películas que, aunque contenían temas adultos, estaban muy claramente pensadas para ser consumidas por infantes: “Toy Story” y su secuela, “A Bug’s Life”, “Monsters INC”…

Pero “Finding Nemo” fue distinta, en ese sentido: aunque el diseño de personajes y escenarios, así como la animación, podían invitar a pensar que se trataba de una cinta “para niños”, nada más lejos de la realidad. Y es que la obra de Andrew Stanton contenía temas que apelaban directamente a la comprensión e identificación por parte de un público más adulto: la viudedad, el hecho de tener que criar, educar y proteger a tu retoño completamente solo, la necesidad de dejar un espacio a tus hijos/as para que aprendan a ser autónomos/as y se desarrollen física y emocionalmente… “Finding Nemo” no solo es una película excelente en todos los sentidos, sino que además, marcó un antes y un después en la filmografía de Pixar; a partir de ésta, llegarían obras como “The Incredibles”, “Ratatouille”, “Wall-E”, “Up” o “Inside Out”, entre otras, películas caracterizadas por apelar de igual manera a los más pequeños que a sus padres, todo ello a través de la yuxtaposición de distintos temas y emociones.

Ahora, trece años más tarde, nos llega su continuación, “Finding Dory”. Inevitablemente, va a llegar marcada por una serie de comparaciones respecto a su predecesora, ya que “Finding Nemo” no solo es una gran película por sí misma, sino también un film de culto para los espectadores aficionados al cine de Pixar. Pero, antes de entrar en si la película está a la altura de la anterior entrega de este díptico, la pregunta clave es: ¿funciona por sí sola?

Y la respuesta es, claramente, sí.

Antes que nada, mencionar que “Finding Dory” es una evolución lógica. Y es que, si “Finding Nemo” trataba sobre la paternidad y sobre la necesidad de dejar de aferrarse al pasado para poder avanzar, esta nueva obra habla sobre la búsqueda de la propia identidad, y sobre cómo reforzar nuestra propia autoestima y nuestra autonomía no solo nos acerca a nuestras familias de forma natural, sino que además, nos hace libres y nos saca de nuestra zona de comodidad. Tal vez entrando un poco (solo un poco) en spoilers, que el grueso de la trama transcurra entre peceras, cañerías y paredes no es casual: para salir de las jaulas que te aprisionan en la vida, primero debes renunciar a tus miedos, tus creencias y tus juicios de valor, un proceso por el que tanto pasan la protagonista Dory como sus compañeros de periplo.

Uno de los mayores temores que surgieron, a raíz de la anunciación de esta secuela, es que resultase un simple parche para ingresar más dinero en taquilla a costa del nombre “Finding…”. Pero no es así… al menos, exactamente. Está claro que, detrás de esta segunda entrega, hay una motivación financiera antes que un desafío creativo, ya que el arco argumental de la primera entrega estaba más que cerrado. Sin embargo, Stanton y MacLane, amparados por la guionista Victoria Strouse, toman desde un principio la decisión más acertada posible: no estirar más el chicle con Marlin y su hijo Nemo, sino centrarse en la evolución como personaje de Dory. De esta forma, se invierten los roles respecto a la anterior entrega: Dory pasa a ser la protagonista total de la función, y Marlin y Nemo ejercen de secundarios fundamentales, ayudándola en su periplo de la misma forma que ella les ayudó a ellos a reencontrarse hace tiempo.


“Finding Dory”, en conjunto, es una cinta de lo más agradable. Sí: agradable es la palabra que mejor la define. Durante la (algo más de) hora y media que dura, juega perfectamente sus cartas: combina una trama sencilla pero eficaz; un reparto de personajes muy variado y de los cuales, cada uno tiene sus señas y rasgos de identidad bien definidos; una sucesión de obstáculos, encadenados uno tras otro, que separan a los protagonistas de su objetivo y que añaden tensión a la trama; un constante goteo de humor que mantiene una agradecida ligereza respecto a los profundos temas que suelen abordar las películas del estudio de John Lasseter; un trabajo de dirección visual y de animación prodigioso; una banda sonora notable por cortesía de Thomas Newman; y, finalmente, una acertada combinación entre emociones complementarias, como la alegría, la tristeza, la rabia… (¿De qué me sonará esto último…?)

Eso sí, todo esto no es gratuito: la película, pese a ser una secuela vastamente superior a “Cars 2” o “Monsters University”, y casi entrar en competición directa con “Toy Story 2”, juega demasiado a lo seguro. Cualquiera que sea seguidor de los filmes de Pixar, conocerá a estas alturas “la fórmula Pixar”, una estructura común que, más allá de las numerosas diferencias que las separan, comparten casi todas las películas del estudio a nivel de estructura y storytelling. “Finding Dory” no solo es ninguna excepción, sino que puede resultar incluso un tanto previsible para cualquier espectador medianamente atento, que conozca los trucos de la factoría y no se deje engatusar por sus trucos y su capacidad de manipulación emocional.

Además, contradiciendo de raíz al mensaje en el que insiste el film, los autores juegan sobre seguro y se mantienen en su zona de comodidad… casi como incitados por el miedo a, accidental o intencionadamente, acabar creando algo tan profundo y desafiante para el pequeño espectador como “Wall-E” (una de las mejores obras creadas por Stanton), “Inside Out”… o la propia “Finding Nemo”. Por eso, no solo da la sensación de que han querido mantener la cinta “kid-friendly” (apropiada para el público más joven), sino que han evitado desarrollar en profundidad ciertos personajes, arcos argumentales y temas emocionales que, de haberse tratado con más tiempo y peso, hubieran añadido una resonancia muchísimo mayor de la que, en última instancia, tiene “Finding Dory”.

Además, no solo tuve la amarga sensación de conformidad de esta película en esos aspectos, sino incluso en el progreso del argumento. Y es que, pese a lo que la cinta pretende hacer creer, va siempre a lo fácil: cada vez que existe un callejón sin salida o una situación aparentemente irresoluble, los autores se sacan de la manga una solución que, de puro improbable (por muy divertidas que resulten), caen en el peligroso territorio del Deus Ex Machina. No es algo que jamás haya ocurrido en otras obras de Pixar, pero tengo la sensación de que aquí ha habido una cierta pereza narrativa, en ese sentido. ¡De hecho, hasta cuelan la frase “¡Siempre hay otra solución!” como justificación narrativa hacia estos Deus Ex Machina!

Que nadie me malinterprete: ésta es una buena película, muy agradable, y probablemente de lo mejor que se ha estrenado en 2016 en cuanto a cine de animación norteamericano. La disfruté de principio a fin, riendo en todo momento y sintiéndome implicado emocionalmente con los personajes principales y sus objetivos, quedándome boquiabierto ante la extraordinaria calidad de la animación, y regocijándome ante lo absurdamente recargado y espectacular que es el clímax del tercer acto. Sencillamente, mi nivel de exigencia hacia Disney/Pixar suele ser altísimo, y además hablamos de la continuación de una obra maestra como es “Finding Nemo”, una cinta repleta de escenas y gags memorables que además lograba resultar profunda e incluso trágica. “Finding Dory” comete el acierto y, al mismo tiempo, error de no jugar en la misma liga que su predecesora, de modo que sus aspiraciones por trascender son bastante bajas desde un principio. Esto la mantiene humilde y falta de pretensiones, y por ello desprende una ligereza que por un lado se agradece, pero por otro deja un sabor de boca agridulce.


De cualquier forma, como ya he dicho, si uno/a no es demasiado exigente, “Finding Dory” es una alternativa perfecta al calor del verano, y una opción inmejorable para ir al cine con o sin niños/as. Para quien quiera ver una verdadera obra maestra del cine de animación, compleja y liviana al mismo tiempo… ¿Todavía no habéis visto “Kaguya-hime no Monogatari (El Cuento de la Princesa Kaguya)”?


LO MEJOR: Una puesta en escena preciosista, cuyos colores, texturas y juegos de luz merecen ser admirados en pantalla grande; lo entretenida y agradable que resulta, y lo bien que juega con el espectador a lo largo de su metraje; ciertas escenas que logran tocar la fibra sensible; lo estrambótico y desfasado de su clímax; que, en general, es una digna sucesora de “Finding Nemo”, y cumple muy bien la fórmula Pixar.


LO PEOR: Cierto abuso de Deus Ex Machina y soluciones argumentales para salir del paso ante situaciones críticas; la agridulce sensación de que determinados personajes se podrían haber aprovechado y desarrollado muchísimo más; que Pixar es capaz de mucho más que esto, cuando se decide a salir de su zona de comodidad y de las imposiciones de Disney.



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