Título: Un plan perfecto Título original: Gambit
Director: Michael Hoffman
País: USA
Actores: Colin Firth, Cameron Diaz, Alan Rickman, Tom Courtenay, Stanley Tucci, Cloris Leachman, Anna Skellern, Togo Igawa, Erica LaRose, Sarah Goldberg
Año: 2012
Duración: 89'
Crítico colaborador: Marialler
Calificación:
¿Qué puede salir si se junta a Cameron Díaz, Colin Firth, Alan Rickman, una fotografía suculenta y un guión firmado por los Coen? Interesante mezcla, ¿no?
Pues permítanme decírselo clara y educadamente:
nada bueno. Hasta con unos ingredientes de primera calidad también
se puede fallar y mucho. Tal es el caso de “Un plan perfecto”.
Harry Deane es un experto en arte (Firth) que
trabaja para un millonario coleccionista de obras pictóricas, Lionel
Shabandar (Rickman), del cual planea vengarse, intentándole vender
una copia falsa de un Monet. Para llevar a cabo su objetivo contrata
a PJ, una vaquera de Texas cuya familia está allegada a la historia
del cuadro. Entre ambos urdirán un plan lleno de controversias para
engañar al engreído magnate y hacerse con la pintura verdadera.
Una trama tan jugosa podría cosechar grandes éxitos
en taquilla. De hecho, cintas anteriores que tratan los robos en
museos han dado buenos resultados, recuérdese por ejemplo “El
secreto de Tomas Crown” u “Ocean’s Twelve”. Pero
desgraciadamente, este título no se va a catalogar en la mencionada
sección.
Tampoco hay que olvidar que se trata de un remake de
una cinta de 1966, que contaba con Michael Caine y Shirley MacClaine, no es la primera vez que los Coen versionan otro clásico
(ya hicieron en 2004 “El quinteto de la muerte”, que también
dirigían). Pero claro, ya se sabe la ley del cine: la nueva versión
siempre sucumbe ante la pieza original.
Conteniendo tantos puntos a su favor para
convertirse en un filme destacado, el acabado final es un cúmulo de
escenas predecibles, propias de una comedia hollywoodiense. Por
muchas vueltas que haya dado, todavía no sé en qué debían estar
pensando los cineastas cuando reescribieron el libreto original. Su
guión es vacuo y a veces un poco cargante, como si estuviera
buscando la risa fácil, y lo único que consigue en algún momento
es arrancar una sonrisa, y eso resulta extraño viniendo de los
hermanos más conocidos del cine independiente, artífices de las
carcajadas que provocaban las escenas de “El Gran Lebowski”.
También es destacable la fotografía, y gracias a ella se sigue el ritmo en la película, uniendo así dos contextos antagónicos: el estilo más “british” y refinado que emana Londres, junto con los rodeos tejanos enseñando la América más profunda y grotesca, tan vanagloriada en la filmografía “coeniana”.
Los actores aprueban, pero ninguno llega al
sobresaliente. Colin Firth interpreta bien al típico hombre educado
británico, que desentona con Cameron Díaz, metida aquí en el
cuerpo de una tejana que se dedica a los rodeos. Estas figuras
antitéticas, reflejo de los mundos que se topan el uno con el otro,
son otro punto a resaltar, y con algo más de dedicación, la curiosa
pareja podría haber sido más explosiva, y haber provocado
situaciones más locas e irónicas. En cambio, sus escenas no son
nada jocosas. El ganador del Óscar por “El discurso del rey”
parece un imitador de Mister Bean menos saleroso, mientras que la
americana persiste en su sempiterno cliché de chica sexy y
simpática.
Sir Alan Rickman pierde el fuelle que ha ido ganando
con cada secuela de Harry Potter. Tampoco él está al cien por cien
de sus posibilidades, al igual que Stanley Tucci, ese secundario de
diez en cualquier género que se le presente. En la película está
simplemente correcto, en un rol muy estereotipado.
Haciendo honor a que las versiones nunca fueron
buenas, el trabajo de los Coen hace aguas por muchos lados, y ni
siquiera el elenco actoral lo salva del naufragio.
Pero es humano equivocarse, así que por esta vez se
perdonará este malogrado resultado. Ya se sabe, nadie es perfecto.
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